Ser tapicera es algo que jamás en la vida me había planteado. Lo que había
que hacer para ser alguien de provecho y que no nos pasase lo mismo que a
nuestros padres, era estudiar, sacarse el BUP o Bachiller y unos estudios
universitarios. Pues bien, así como miles y miles de personas de mi generación,
estudiar fue lo que hice. Me diplomé en Trabajo Social y después me licencié en
Criminología. Incluso estuve varios años opositando. En 2012 conseguí mi primer
contrato como trabajadora social, un milagro en plena crisis, pero como todos
los contratos de esta época tenía su fecha cerrada.
La cosa ha ido de mal en peor, no hace falta entrar en detalles. ¿La
empresa más grande de España? el desempleo. Los mayores de 30 años en situación
de desempleo, con estudios, sin estudios, con, o sin experiencia, lo tenemos
crudo.
Pero ¡si yo no puedo estar parada! ¿Qué hago yo ahora? ¿Qué hago con mi
vida? ¿Un curso de tapicería? Bueno, me servirá para pasar el rato y volver a
sacar mi lado "manitas" y artesano, me dije. Y así fue como después
de unos meses de aprendizaje, teoría y practica, obtuve mi título, que equivale
al certificado de profesionalidad.
El oficio no es sencillo. A parte de saber lo que hay que hacer y cómo, hay
que ser mañoso/a. ¡Ah y saber hacer patrones y coser a máquina!. Y es cierto el dicho que mi maestro nos decía, nunca se
termina de aprender este oficio, cada mueble te presentará una dificultad. A
veces, por eso, no me atrevo a decir que soy tapicera, sino que hago trabajos
de tapicería.
Nunca dejé de buscar activamente trabajo señores, pero a día de hoy todavía
sigo pasando el rato con la tapicería.